En México e incluso algunos sitios de Sudamérica existe una leyenda muy
popular, sobre una mujer que por las noches aparece vestida de blanco y se le escucha gritar - ¡Hay
mis hijos! -
Y en honor a las tradiciones mexicanas en el marco del “Día
de Muertos”, les dejaré la versión azteca de la clásica leyenda de La Llorona.
Había una mujer muy
bella a la que todos los hombres pretendían, tanto guerreros como tlatoanis y
pochtecas. Tenía el cabello largo, brillante y negro, como la noche oscura, y
lo sujetaba sobre su frente con una delgada tira de piel. Era feliz e inocente,
su nombre era Omexóchitl (Flor del atardecer).
Y aunque grandes
señores ricos y poderosos pretendían desposarla, ella estaba enamorada de un
apuesto tameme (cargador), que continuamente salía de viaje al servicio de
algún rico.
Zócatl, el amado de
Omexóchitl tenía pocas ocasiones para ver a su amada, pero los dioses siempre
ayudan a los enamorados cuando el sentimiento es puro, y a escondidas los
jóvenes se encontraban en algún lugar donde pudieran intercambiar caricias y
palabras. Al parecer todos desconocían la relación, pues los jóvenes se
internaban en el bosque sin temor alguno, sólo con el deseo de amarse.
Durante el tiempo
en que Zócatl estaba de viaje, la pobre Omexóchitl era una sombra que vagaba
como si no tuviera fuerzas para vivir. Sólo las mujeres ancianas parecían
adivinar su secreto, pero nada decían pues ellas conocían las manifestaciones
de Meztli la luna, en la vida de las mujeres, desde que el primer sangrado
aparecía en las niñas hasta que se interrumpía por el amor, como sucedió en
este caso, pues Meztli hizo que la semilla que el tameme había depositado
dentro de su cuerpo germinara.
Flor de atardecer
se puso aún más bella, su cuerpo adquirió redondeces que la hacían más deseable
a los hombres, y ante la insistencia de un guerrero le fue concedida en
matrimonio. Pero desde el primer contacto íntimo el guerrero
supo que el chitoli de Flor de atardecer había sido roto lunas atrás,
pero su orgullo lo hizo callar y llevó a su mujer a un sitio alejado.
En cuanto
el pequeño fruto nació lo arrojó a la corriente de un río caudaloso. Flor de
atardecer enloqueció y desgreñada con su blanco huipil flotando al viento, se
dio a la tarea de recorrer la ribera de los ríos buscando inútilmente al fruto
de su amor.
- ¡Ay!
¡Ay! - gritaba – mi pequeño hijo, ¿dónde estás? -
Dicen que así
gritaba y nadie supo en qué momento marchó al Mictlan, pues aseguran que se
niega a hacerlo. Y cuando Meztli está llena y blanca, hay quienes ven flotar a
la mujer sobre las aguas de algún río, siempre con su eterno - ¡Ay! ¡Ay! ¡Ay! –
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Una linda historia, pero deberías haber dado crédito al escritor original de este fragmento, pues pertenece al libro "Xiucoatzin: Serpiente de Fuego" de Oralia Méndez Pérez, y casi no alteraste nada de lo que viene integrado en la obra original (Muy recomendada, por cierto)
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